Que
el devenir de las cosas forma un camino, es una de las metáforas
empleadas de forma más habitual cuando nos queremos referir a
nuestra trayectoria vital.
Marcamos
un punto de partida desde que nacemos (o incluso antes) y las
decisiones que tomemos y que tomen por nosotros ayudan a definir ese
camino por el cual vamos transitando.
Con
esto, no quiero marcar un punto de partida más cercano a la
autoayuda barata que a la reflexión, simplemente constituye un
modelo que empleamos para definir muchas más cosas de las que
creemos.
La
vida académica es una de esas vertientes que están cargadas del
simbolismo del camino. Recorremos un largo sendero que comienza en la
infancia y se presupone dura toda la vida, y durante ese tiempo
tenemos baches, requiebros y encrucijadas.
Hasta
aquí resulta todo más o menos comprensible (incluso obvio), de
hecho no existen demasiadas diferencias con el modelo que empleamos
para simbolizar otras facetas de nuestra vida. Sin embargo, una
de las cosas más curiosas en nuestra idea de formación son las
famosas salidas profesionales.
¿Qué son las salidas
profesionales?
Las
salidas profesionales son consideradas como el
camino más recto para
conseguir dedicarse a una profesión. De hecho, en muchos
casos es la única salida y si no lo es, se convierte en ella.
En
el momento en que, gracias a esos famosos test vocacionales (tan
divertidos) que cumplimentas a lo largo de la infancia, consigues
averiguar cuál es “tu vocación” y decides lanzarte a ello, las
salidas profesionales son el final de la senda de tu formación. Es
como pasar por A para llegar a B.
¿Cómo funcionan
realmente?
A pesar de que pueda
parecer un modelo que permite tomar una decisión asentada en
principios reflexivos, solemos olvidarnos de sus inconvenientes.
Cuando alguien nos marca cuáles son las salidas de nuestras
carreras, estudios, formación, en realidad nos dicen qué podemos
hacer y qué no. Implican más una prohibición que una ventaja.
Parece que nos obligan a ir por un camino cerrándonos otras puertas
y esta es una de sus problemáticas. Si vemos las cosas desde un solo
punto de vista perdemos la perspectiva, cuando sólo pueden
dedicar su tiempo y esfuerzo a una determinada tarea aquellos que
pasaron por A, perdemos potencial. Nos centramos en calificar las
disonancias como intrusismo (aunque ciertamente existen límites) sin
valorar los conocimientos que se dispongan de la disciplina o tema, y
olvidamos las posibilidades que surgirían a partir de una visión
diferente.
La falta de enseñanza
real
Ante todo esto, debemos
plantearnos si la formación actual permite no sólo conseguir un
puesto de trabajo (como se ha presupuesto durante mucho tiempo)
sino su potencial real para poder aprender sobre un tema. A
día de hoy, muchas clases se han convertido en una simple lectura de
presentaciones perdiendo todo el sentido formativo.
Cada vez la formación es
más accesible, los conocimientos están al alcance de nuestra mano y
salvo en casos concretos (por ejemplo, un estudiante de medicina o
derecho), la práctica también. ¿Quieres saber cómo? Puedes
comenzar por plantearte alternativas a la formación oficial.
El modelo de educación
actual está anquilosado y se fundamenta en presupuestos que cada vez
tienen menos sentido. La idea de salidas profesionales es una de
ellas: La cuestión es preguntarse si para llegar a B es realmente
necesario pasar por A.
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