La idea de la propiedad
privada es uno de los principios que más asentados tenemos en
nuestra cultura. Queremos salvaguardar aquello que es nuestro y
velamos por ello con la mayor cantidad de medidas de seguridad
posibles. Tratamos de evitar el robo de aquello a lo que otorgamos
cierto valor. Pero, ¿qué ocurre en el caso de nuestras ideas y
trabajos?
Somos animales sociales
por naturales y es obvio que vivimos en un mundo en el que todos
estamos interconectados y nos gusta compartir lo que hacemos
(no hay más que ver el éxito de las redes sociales). Sin embargo,
¿por qué nos volvemos tan recelosos de nuestros proyectos?
Cada día es más
habitual que nos organicemos en grupos de trabajo. Teóricamente
estos espacios se constituyen sobre la base de la colaboración para
un fin común. Sin embargo, esta forma de trabajo suele toparse de
frente con dos obstáculos: la competencia y el escepticismo.
A la hora de defender
nuestro trabajo es fácil ver como nuestro ego fluye y tratamos de
conseguir mejores resultados que el que está a nuestro lado.
Queremos ver recompensado
nuestro esfuerzo y si es valorado por encima de nuestros “rivales
directos” aún mejor.
Esta competencia tiene
una doble vertiente: Por un lado consigue que los esfuerzos e
inversiones de aquellos que compiten en una misma tarea aumenten
por la propia lucha para conseguir esos resultados. Sin embargo,
llevada al extremo puede provocar precisamente el efecto contrario,
que se alejen de la propia tarea para continuar con la lucha
directa.
Por otra parte, somos
escépticos a las posibilidades del trabajo conjunto. Acabamos
viendo las tareas como un todo que se divide en pequeñas partes que
son adjudicadas a cada uno de los componentes del grupo según sus
habilidades (si tenemos esa suerte). De este modo, acabamos
reduciendo el tan aclamado trabajo en equipo a un simple puzzle de
partes inconexas que acaban vendiéndose como una unidad sin que
realmente lo sea. Un simple “copy-paste” colectivo de trabajo de
colegio.
Entonces, ¿debemos
volver al trabajo individual?
Cooperación +
Competencia = Coopetencia
Pensar que por el simple
hecho de que juntemos a un grupo de personas con una tarea común, la
cooperación fluirá per se, es uno de los principales errores que
han hecho que el trabajo colaborativo no haya acabado de funcionar
como se esperaba.
Uno de los problemas es
que hemos olvidado que cada una de las personas tendrá un punto
de vista diferente del proyecto. Sin embargo, no debe
considerarse este hecho como un condicionante negativo y tratar de
amoldar a todos los integrantes bajo una misma identidad, es
necesario recompensar esas individualidades según sus intereses.
Aquí es donde juega un
papel importante la competencia, pero llevada a un terreno diferente.
Al traducir los éxitos del equipo en recompensas diferentes para
cada uno de los integrantes de acuerdo a sus intereses propios,
estamos impulsando los resultados finales sin provocar una lucha
interna.
Seguirá existiendo una
competencia pero en este caso será más con uno mismo por conseguir
el mayor beneficio posible que con aquel que tenemos al lado.
De este modo,
conseguiremos llevar la competencia natural a un terreno
productivo y conseguir que los resultados del trabajo en equipo
sean mejores. El beneficio no sólo quedará patente en la calidad
del proyecto sino también en la recompensa a cada uno de los
colaboradores que habrán visto satisfechos sus propios intereses en
esta colaboración.
Así, la coopetencia surge como una
alternativa a la competencia pura permitiendo que los resultados
óptimos surjan a través de la cooperación.
Y tú, ¿ya practicas la coopetencia?
Imagen vía: Competentes
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