Un mito es un acto de
habla ritualizado que a fuerza de su repetición, acaba formando
parte del sistema de creencias de una sociedad que lo considera como
una historia verdadera.
Desde hace años, la
universidad y su educación han formado parte de un mito dentro la
cultura occidental. Nuestros padres, profesores, conocidos (e
incluso desconocidos) nos inculcaban que el paso por la universidad
era prácticamente obligatorio para todos, era la continuación
lógica de nuestra enseñanza secundaria y finalmente nos convertiría
en “alguien”. Ese alguien, como ser al que se le otorga
identidad, que deviene individuo con entidad propia con un futuro por
delante.
Pero, lo que es más
importante está basado en la idea de seguridad. La
posibilidad de controlar ese futuro, de saber qué va a pasar y de
acabar con la incertidumbre.
Nos prometían un trabajo
seguro, un dinero a fin de mes y un futuro cargado de opciones porque
habríamos llegado a convertirnos en ese “alguien”. El
trato parecía ventajoso, a cambio de dedicar unos años de tu
vida al noble arte de la educación, obtendrías toda una serie de
beneficios que se mantendrían no sólo a lo largo de toda tu vida,
sino que con los años (y un poquito de esfuerzo) aumentarían.
A día de hoy el mito se
desmorona, no tenemos un trabajo, un dinero a fin de mes ni un futuro
cargado de opciones. Pasamos de la fe absoluta a la indefensión
y como si de un proceso de duelo se tratase, debemos despedirnos poco
a poco de la seguridad.
Creencia
A fuerza de tanto
repetirlo, el mito se había convertido en realidad. Las generaciones
anteriores cumplían el ritual a la perfección: seguían el camino
marcado y al abandonar las universidades tenían su futuro puesto en
bandeja, justo delante de ellos y sin haber movido un dedo. El
engranaje rodaba y cada día más y más jóvenes (y no tan jóvenes)
entraban por las mismas puertas que sus predecesores dispuestos a
hacerse con sus futuros.
Esperanza
Hay dos opciones por las
que la mayoría de la gente entra en la universidad y ambas se
fundamentan en el mito. La primera es la más directa: Es lo que hay
que hacer. La segunda puede parecer algo más concienzuda pero se
basa en un simple análisis de ventajas e inconvenientes, y después
de escuchar (miles de veces) los beneficios que nos ofrece un camino
seguro, la decisión parece estar tomada de antemano.
Esfuerzo
Durante una carrera
universitaria aparecen lo que podríamos llamar pruebas de fe. Estas
pruebas equivalen a momentos en que el mito de la seguridad se
tambalea y en los que se pierde la fe en el sistema de creencias
que te llevó allí. Algunos recuperan la fe de forma milagrosa,
otros se mueven en altibajos pero consiguen retomar el camino y
finalmente, algunas ovejas descarriadas abandonan el edificio (que no
la creencia).
Ruptura
Tarde o temprano había
que salir por las mismas puertas por las que entraste amparado por
todos aquellos que querían que fueras alguien. Se acabo el camino
marcado. Si decides alargar la aventura universitaria unos años sólo
consigues una moratoria basada en la esperanza que te queda aunque,
obviamente, ya has visto que algo no era como te habían contado.
Sin embargo y después de
pasar por todo el ritual, sigues sin tener el poder que te
prometieron y además con la responsabilidad de haberte convertido en
la Generación pérdida, Generación X o como lo quieran llamar. Aún
no eres ese “alguien” que esperaban y sin embargo, te exigen
cuentas por las expectativas que no se cumplieron. Alguien hizo
algo mal, el plan era perfecto y tú tienes todas las papeletas para
llevarte la peor parte.
Indefensión
Creíamos vivir en el
mundo de las ideas, pero finalmente descubrimos que estábamos en la
caverna de Platón y cuando tratamos de salir a la luz, nos quedamos
ciegos. Nadie podía ver el camino a seguir.
Reclamas lo que te
ofrecieron, pero nadie se hace responsable. La culpa es de las
circunstancias. Así lo llaman.
¿Y ahora qué?
Si esto fuera un duelo
real, deberíamos de haber pasado ya la fase de aceptación y
comenzar a acercarnos poco a poco a un estado similar al de antes de
la pérdida. Sin embargo, no sólo debemos aceptar que la seguridad
no va a volver sino que ni siquiera existía, por mucho que algunos
(o muchos) tratasen de hacernos creer lo contrario.
Las creencias nos
llevaron al punto en el que estamos ahora. Nada es seguro. La idea de
seguridad fue instaurada para alejar el miedo a lo desconocido de
nuestras mentes. Y aquí es donde viene la parte compleja, no sabemos
que hay después del “y ahora qué”. Ya no hay camino, el mito se
ha desmontado y nadie va venir a rendirnos cuentas pasadas.
Sin la falsa seguridad
que nos ampare sólo nos queda aceptar la entropía como ley del
universo (y cuanto antes lo hagamos mejor). Pero ahora, eso sí y
más que nunca, nuestro futuro es realmente nuestro.
Imagen vía: El proyecto matriz
2 comentarios:
Como dices, "ya no hay camino [...]", aunque posiblemente jamás llegamos a salir de la caverna, ya que, al seguir un camino marcado siempre estuvimos cubiertos por otros, en la zona segura. Y no es hasta casi el final cuando te das cuenta de que te la vas a dar, pero es tarde, ya no puedes frenar, tienes que continuar y estrellarte.
Aun así, prefiero ser de los que ha seguido ese camino marcado. :-)
La cuestión no es seguir el camino o no, lo importante es que nos estemos dando cuenta (por fin) de que hay más alternativas y a partir de ahí decidir.
Gracias por tu comentario!
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